Siempre ahí. Ubicadas estratégicamente, para que las veamos desde el colectivo, caminando, en bici o desde un balcón. Allá arriba, para que levantemos la cabeza al mirarlas, y tengamos así siempre presente su ubicación y la nuestra, denotando la verticalidad, su arriba y nuestro abajo. Falso ideal, falsa meta. Que se va filtrando, en cada vistazo de la rutina, desde la retina al insconsciente. Belleza de plástico, medidas, rasgos, colores, arbitrariamente erguidas como parámetro de algo para lo que no lo tiene.
Sepan disculpar, señoras, señoritas, que tienen por trabajo mostrarnos el estándar y lo que sienta bien –según Dios Moda-. Sepan disculpar, no es nada personal, es sólo una catarsis, de quien las tiene que mirar, quiéralo o no, cada día, cada semana, cada año, desde la ventana del colectivo, como ésta, una mañana en que se me entrecierran los ojos del sueño, y mientras el horizonte se me va achicando, suben y bajan las persianas, tengo que verlas, indefectiblemente a ustedes, en sus tótem-carteles de publicidad. Y dejenme decirles, con todo respeto, por mas que se entrometan en mi rutina por la retina día tras día:
no
entrarán
en
los
intersticios
de
mis
sueños.
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